Dante Alighieri
Divina Comedia
INFIERNO
CANTO I
porque mi ruta había extraviado. 3
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento! 6
Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron. 9
Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera. 12
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado, 15
hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia. 21
Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua peligrosa, 24
tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja. 27
Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo. 30
Y vi, casi al principio de la cuesta,
que de una piel con pintas se cubría; 33
y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta. 36
Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él el gran amor divino 39
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada 42
la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecia el aire. 48
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia. 51
Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre. 54
Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora: 57
tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla. 60
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo. 63
Cuando vi a aquel en ese gran desierto
«Apiádate de mi ‑yo le grité‑,
seas quien seas, sombra a hombre vivo.» 66
Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos. 69
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos. 72
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada. 75
¿Por qué retornas a tan grande pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?» 78
« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia?
‑respondí yo con frente avergonzada‑. 81
Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen. 84
Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.» 90
«Es menester que sigas otra ruta
‑me repuso después que vio mi llanto‑,
si quieres irte del lugar salvaje; 93
pues esta bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata; 96
y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene. 99
Con muchos animales se amanceba,
el Lebrel que la hará morir con duelo. 102
Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro. 105
Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Éste la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
del que la hizo salir el Envidioso. 111[L14]
Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno, 114
donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte; 117
y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día; 120
y si ascender deseas junto a éstas,
más digna que la mía allí hay un alma:
que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas. 126
En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!» 129
Yo contesté: «Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de éste o de otro mal más grande, 132
que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.» 135
Entonces se echó a andar, y yo tras él.
CANTO II
El día se marchaba, el aire oscuro
a los seres que habitan en la tierra
quitaba sus fatigas; y yo sólo 3
me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el sufrimiento
que sin errar evocará mi mente. 6
¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!
¡Memoria que escribiste lo que vi,
aquí se advertirá tu gran nobleza! 9
Yo comencé: «Poeta que me guías,
mira si mi virtud es suficiente
antes de comenzar tan ardua empresa. 12
sin estar aún corrupto, al inmortal
reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma. 15
Pero si el adversario del pecado
le hizo el favor, pensando el gran efecto
que de aquello saldría, el qué y el cuál, 18
no le parece indigno al hombre sabio;
pues fue de la alma Roma y de su imperio
escogido por padre en el Empíreo. 21
La cual y el cual, a decir la verdad,
como el lugar sagrado fue elegida,
que habita el sucesor del mayor Pedro. 24
En el viaje por el cual le alabas
escuchó cosas que fueron motivo
de su triunfo y del manto de los papas. 27
para llevar conforto a aquella fe
que de la salvación es el principio. 30
Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga?
Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas:
y ni yo ni los otros me creen digno. 33
Pues temo, si me entrego a ese viaje,
que ese camino sea una locura;
eres sabio; ya entiendes lo que callo.» 36
Y cual quien ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha empezado, 39
así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la empresa
que tan aprisa había comenzado. 42
«Si he comprendido bien lo que me has dicho
‑respondió del magnánimo la sombra
la cobardía te ha atacado el alma; 45
la cual estorba al hombre muchas veces,
y de empresas honradas le desvía,
cual reses que ven cosas en la sombra. 48
A fin de que te libres de este miedo,
te diré por qué vine y qué entendí
desde el punto en que lástima te tuve. 51
de forma que a sus órdenes me puse. 54
Brillaban sus pupilas más que estrellas;
y a hablarme comenzó, clara y suave,
angélica voz, en este modo: 57
“Alma cortés de Mantua, de la cual
aún en el mundo dura la memoria,
y ha de durar a lo largo del tiempo: 60
mi amigo, pero no de la ventura,
tal obstáculo encuentra en su camino
por la montaña, que asustado vuelve: 63
y temo que se encuentre tan perdido
que tarde me haya dispuesto al socorro,
según lo que escuché de él en el cielo. 66
Ve pues, y con palabras elocuentes,
y cuanto en su remedio necesite,
ayúdale, y consuélame con ello. 69
vengo del sitio al que volver deseo;
amor me mueve, amor me lleva a hablarte. 72
le hablaré bien de ti frecuentemente.”
Entonces se calló y yo le repuse: 75
“Oh dama de virtud por quien supera
tan sólo el hombre cuanto se contiene
de tal modo me agrada lo que mandas,
que obedecer, si fuera ya, es ya tarde;
no tienes más que abrirme tu deseo. 81
Mas dime la razón que no te impide
descender aquí abajo y a este centro,
desde el lugar al que volver ansías.” 84
“ Lo que quieres saber tan por entero,
te diré brevemente ‑‑me repuso
por qué razón no temo haber bajado. 87
Temer se debe sólo a aquellas cosas
que pueden causar algún tipo de daño;
mas a las otras no, pues mal no hacen. 90
Dios con su gracia me ha hecho de tal modo
que la miseria vuestra no me toca,
ni llama de este incendio me consume. 93
que compadece a aquel a quien te envío,
mitigando allí arriba el duro juicio. 96
y dijo: «necesita tu devoto
ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo». 99
Lucía, que aborrece el sufrimiento,
sentada al par de la antigua Raquel. 102
Dijo: “Beatriz, de Dios vera alabanza,
cómo no ayudas a quien te amó tanto,
¿Es que no escuchas su llanto doliente?
¿no ves la muerte que ahora le amenaza
en el torrente al que el mar no supera?” 108
No hubo en el mundo nadie tan ligero,
buscando el bien o huyendo del peligro,
como yo al escuchar esas palabras. 111
“Acá bajé desde mi dulce escaño,
confiando en tu discurso virtuoso
que te honra a ti y aquellos que lo oyeron.” 114
Después de que dijera estas palabras
volvió llorando los lucientes ojos,
haciéndome venir aún más aprisa; 117
y vine a ti como ella lo quería;
te aparté de delante de la fiera,
que alcanzar te impedía el monte bello. 120
¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas?
¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?
¿por qué no tienes audacia ni arrojo? 123
Si en la corte del cielo te apadrinan
tres mujeres tan bienaventuradas,
y mis palabras tanto bien prometen.» 126
Cual florecillas, que el nocturno hielo
abate y cierra, luego se levantan,
y se abren cuando el sol las ilumina, 129
así hice yo con mi valor cansado;
y tanto se encendió mi corazón,
que comencé como alguien valeroso: 132
«!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda!
y tú, cortés, que pronto obedeciste
a quien dijo palabras verdaderas. 135
El corazón me has puesto tan ansioso
de echar a andar con eso que me has dicho
que he vuelto ya al propósito primero. 138
Vamos, que mi deseo es como el tuyo.
Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»
Asi le dije, y luego que echó a andar, 141
entré por el camino arduo y silvestre.
CANTO III
POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA. 3
LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA. 9
Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: «Maestro, es grave su sentido.» 12
Y, cual persona cauta, él me repuso:
«Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu cobardía. 15
Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto.» 18
Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me introdujo. 21
Allí suspiros, llantos y altos ayes
resonaban al aiire sin estrellas,
y yo me eché a llorar al escucharlo. 24
Diversas lenguas, hórridas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
roncos gritos al son de manotazos, 27
un tumulto formaban, el cual gira
siempre en el aiire eternamente oscuro,
como arena al soplar el torbellino. 30
Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?» 33
Y él me repuso: «Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos. 39
Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podrían dar gloria a los caídos.» 42
Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto
y provoca lamentos tan amargos?»
Respondió: «Brevemente he de decirlo. 45
No tienen éstos de muerte esperanza,
y su vida obcecada es tan rastrera,
que envidiosos están de cualquier suerte. 48
Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y pasa.» 51
Y entonces pude ver un estandarte,
que corría girando tan ligero,
que parecía indigno de reposo. 54
Y venía detrás tan larga fila
de gente, que creído nunca hubiera
que hubiese a tantos la muerte deshecho. 57
Y tras haber reconocido a alguno,
vi y conocí la sombra del que hizo
Al punto comprendí, y estuve cierto,
que ésta era la secta de los reos
Los desgraciados, que nunca vivieron,
iban desnudos y azuzados siempre
de moscones y avispas que allí había. 66
Éstos de sangre el rostro les bañaban,
que, mezclada con llanto, repugnantes
gusanos a sus pies la recogían. 69
Y luego que a mirar me puse a otros,
vi gentes en la orilla de un gran río
y yo dije: «Maestro, te suplico 72
que me digas quién son, y qué designio
les hace tan ansiosos de cruzar
como discierno entre la luz escasa.» 75
Y él repuso: «La cosa he de contarte
cuando hayamos parado nuestros pasos
Con los ojos ya bajos de vergüenza,
temiendo molestarle con preguntas
dejé de hablar hasta llegar al río. 81
Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
gritando: «¡Ay de vosotras, almas pravas! 84
No esperéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros hasta la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego. 87
Y tú que aquí te encuentras, alma viva,
aparta de éstos otros ya difuntos.»
Pero viendo que yo no me marchaba, 90
dijo: «Por otra via y otros puertos
a la playa has de ir, no por aquí;
Y el guía a él: «Caronte, no te irrites:
así se quiere allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.» 96
Las peludas mejillas del barquero
del lívido pantano, cuyos ojos
rodeaban las llamas, se calmaron. 99
Mas las almas desnudas y contritas,
cambiaron el color y rechinaban,
cuando escucharon las palabras crudas. 102
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente
que los sembrara, y de su nacimiento. 105
Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no temen. 108
Carón, demonio, con ojos de fuego,
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se atrasa. 111
Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos, 114
de este modo de Adán las malas siembras
se arrojan de la orilla de una en una,
a la señal, cual pájaro al reclamo. 117
Así se fueron por el agua oscura,
y aún antes de que hubieran descendido
ya un nuevo grupo se había formado. 120
«Hijo mío ‑cortés dijo el maestro
los que en ira de Dios hallan la muerte
llegan aquí de todos los países: 123
y están ansiosos de cruzar el río,
pues la justicia santa les empuja,
y así el temor se transforma en deseo. 126
Aquí no cruza nunca un alma justa,
por lo cual si Carón de ti se enoja,
comprenderás qué cosa significa.» 129
Y dicho esto, la región oscura
tembló con fuerza tal, que del espanto
la frente de sudor aún se me baña. 132
La tierra lagrimosa lanzó un viento
que hizo brillar un relámpago rojo
y, venciéndome todos los sentidos, 135
me caí como el hombre que se duerme.
CANTO IV
Rompió el profundo sueño de mi mente
un gran trueno, de modo que cual hombre
que a la fuerza despierta, me repuse; 3
la vista recobrada volví en torno
ya puesto en pie, mirando fijamente,
pues quería saber en dónde estaba. 6
En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos. 9
Oscuro y hondo era y nebuloso,
de modo que, aun mirando fijo al fondo,
no distinguía allí cosa ninguna. 12
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